Muy cercanos a la Navidad, nos encontramos totalmente inmersos en los preparativos; como, por ejemplo, cuál menú elegir para la cena navideña. La variedad de platos que la componen es amplia y, esto por lo general, nos genera más de un dolor de cabeza cuando pensamos con qué maridar esa diversidad de sabores. En un artículo de diciembre del año pasado comentamos sobre la enorme versatilidad para combinar que poseen los vinos rosados y los espumantes, sobre todo cuando se trata de una multiplicidad de ingredientes y de gustos.
Lo más recomendable sería poner un Cava, un Champagne o cualquier espumante “Brut” o “Demi Sec”, de inicio a fin (desde el brindis al postre). Sus burbujas y sus notas de frutos secos ayudan a acentuar la experiencia gustativa. Todo transcurre con tranquilidad mientras uno tiene una copa de espumante en la mano. Sin embargo, hay muchos que no se contentan sólo con un tipo de vino y se inclinan por contar con otra opción. Ahí es cuando asoman los rosados. Hemos señalado contundentemente que el rosé detenta tanto frescura como flexibilidad. ¿Y por qué? La respuesta es porque recoge la frescura de un vino blanco y la textura de un vino tinto. Agradable acidez y copioso sabor de frutillos rojos le imparten suficiente intensidad para ajustarse armoniosamente a cada una de las viandas navideñas. Busquemos rosados de la Rioja, Navarra o de Ribera del Duero (estilo Clairet de Bordeaux). Esto es con España, pero así mismo, existen sabrosos rosados de otras partes del mundo, como los Rosé de Malbec argentinos, algunos exponentes de Merlot o de Cabernet Sauvignon chilenos, de Syrah también; y si nos agrada tenuemente dulce, un White Zinfandel californiano. Rosés provenzales franceses son otra magnífica opción.
Si miramos vinos tintos, estos deben ser afrutados y ligeros. No busquemos vinos tánicos o con volúmenes de alcohol altos. No nos olvidemos que tenemos por delante una cena que nos puede atosigar. Por lo tanto, el vino debe ser un elemento estabilizador. Entonces, elijamos tintos de taninos jugosos, con bajo volumen alcohólico que no supere los 13.5% y de afrutada acidez. Los vinos de Tempranillo serían mi primera opción, sobre todo, los que no hayan pasado por barrica o que, en todo caso, lleguen a la categoría de Crianza;seguidos de los de Merlot, Pinot Noir, o algún Malbec joven de Luján de Cuyo, por mencionar un vino sabroso. Estos vinos nunca aturdirán el paladar, y nos permitirán saborear a plenitud la cena navideña.
Hay un tipo de vino generoso del cual se habla poco, pero debido a sus características especiales, podría convertirse en un tradicional aperitivo navideño: el Jerez. Nunca dejaremos de abogar por él. Es evidente que para degustar un Jerez o Sherry hay que educar al paladar, salvo que este vino especial haya sido un “habitué” dentro del núcleo familiar. Los más populares y accesibles son el jerez Fino (dorado tenue, intenso y con sabor a nuez/almendra) y el Manzanilla (amarillo pajizo pálido y levemente salino).
Importante fecha en la que debemos celebrar y agradecer por seguir disfrutando de la compañía de nuestros seres más queridos, y si es con buena comida y excelente vino, mucho mejor. ¡Feliz Navidad!
Roberto Viacava Duffy, Sommelier peruano, Consultor en Vinos. Colaborador de La Canastería.